Me gustaba todo en Kochi, las viejas redes chinas subiendo y bajando sin cesar, los baldes llenos de peces y langostas, la piel lustrosa de los pescadores, los saris leves de las mujeres, los cantos gregorianos que se escapaban de las iglesias, el aroma a coco y cardamomo, el olor de la tierra dulce fundiéndose con el olor salado del mar. Me gustaba todo en Kochi, las madrugadas, las mañanas y las siestas. Pero no había nada como cuando caía la tarde y las viejas redes chinas descansaban. Entonces caminaba por la orilla hasta que el mar se ponía oscuro e infinito y el viento dejaba de soplar. Otra noche en Kochi, pensaba, creo que me quedaré un día más.